Llegamos a mediodía. La Butibamba
sigue igual que siempre, como un gran barco varado en su playa. Una playa que,
al contrario que la urbanización, por efectos del mar, sí cambia cada año, dibujando
distintos perfiles cada vez. A algunos les deja 2
m. de playa y a otros les regala arena.
Cada año hay más gente en la playa, y más neveras. Cada
día aparecen más personas para pasar el día en la playa, es una forma de
disfrutar del verano si no puedes o no tienes dinero para hacer vacaciones. Son
efectos de la crisis. Sin embargo, los hijos de los primeros propietarios, y
sus hijos, todos clase media acomodada, no parecen afectados por ella,
continúan con sus costumbres, aunque a algunos se les ve más el plumero, la
crisis ha destapado sus carencias, hábilmente disimuladas en épocas de bonanza.
El aumento de visitantes provoca efectos curiosos. Cuando
estoy en el patio, o en la playa, observando el paso de gente por la calle o
por la orilla, se produce un intercambio de miradas, ellos me observan a mí y
yo a ellos. ¿Quién es el espectador y quién el espectáculo? Por cierto, hemos tenido que desplazar nuestro
asentamiento en la playa a una zona más solitaria, el aumento de visitantes y
el empuje del mar hacían especialmente concurrida nuestra zona habitual.
Hay novedades en la playa: duchas y servicios higiénicos
de primera clase y paneles informativos en las playas y en las rocas, con un
toque medioambiental sobre la función geológica de las rocas y las aves de paso
de la zona. Y fruto de esa obsesión informativa que este año nos ha inundado,
también en la calle Butiplaya sobre los restos romanos que en su tiempo hubo
allí. Y nuevos negocios de alquiler de todo tipo de artilugios acuáticos:
patines, motos, pal surf, …, todo sea para el disfrute y el consumo de los
usuarios de la playa. Todo en conjunto le está dando a la Butiplaya un aire,
como dice Jose, caribeño. Si lo
comparamos con el ambiente solitario, tranquilo y semisalvaje de otros tiempos,
se puede afirmar aquello que en otros casos no es cierto pero en este sí:
"el tiempo pasado fue mejor".
Las nuevas tecnologías también han hecho acto de
presencia. Con una aplicación del móvil inteligente he podido medir con cierta
exactitud la longitud total de las tres playas, desde las rocas hasta la punta
del Chaparral: 2,4 km.
Y una última novedad en La Cala: la escultura de un
burro, con la opción de subirse a él y hacerse la consabida foto de recuerdo,
delante de la tenencia de alcaldía, por si no quedaba claro la pertenencia
plena a Mijas.
