El mar ha vuelto a invadir, como hace siete años, el paseo marítimo de la Buti. Una tormenta que ha azotado la costa de Málaga hizo que las olas, como una fiera que disputara el territorio a otra, saltara el muro del paseo y se adentrara en algunas calles. El agua, ante el escaso resultado de su ataque, ha optado finalmente por retirarse, quizás a la espera de otro momento en el que, con mayor ímpetu, pueda conseguir su objetivo.
Cuando ocurrió el ataque ya no estábamos allí, hacía un mes que nos habíamos marchado. La Buti nos había recibido en agosto con una sonrisa, como una amante fiel que espera pacientemente año tras año nuestra llegada. Un séquito de calles nuevas, limpitas y arregladas, como niños clones trajeados para la primera comunión, nos deslumbró a la llegada, asombrándonos: ¡no era posible tanta perfección!. Durante cuarenta días disfrutamos de la playa, tomando el sol por la mañana tumbados en la arena, contemplando la lejanía del mar por la tarde y asombrándonos de su negrura cuando el sol ya se había ido. Y bañándonos mañana y tarde.
Entre horas, las caminatas por la senda litoral nos han hecho descubrir una nueva visión de las olas y las rocas. Hasta ahora, andando por la playa, los pies hundidos en la arena, veíamos en horizontal las olas que, pasando entre las rocas, llegaban mansamente a la orilla. Desde las pasarelas de la senda, elevándonos como drones, hemos descubierto un nuevo paisaje: las olas rompiendo en las rocas negras y cubriéndolas de espuma blanca. Hemos sustituido el andar cansino y lento en la arena por la ligereza del paso en el sendero, que nos ha permitido llegar a lugares donde antes no habíamos estado. Afortunadamente, ambos itinerarios son compatibles, aunque el personal se ha decantado masivamente por el sendero, utilizándolo como pista anticolesterol o como paseo social vespertino.



