Creía que al llegar a la Buti, después de dos años de ausencia,
experimentaría una sensación de recuperación de la memoria. Pero no. Fue más
bien un reencuentro con un mundo que ya existió, que sigue existiendo y que existirá
siempre. La misma calle ordenada, los mismos vecinos, la casa predecible y los
mismos plátanos que dan a la playa, secos por el aire marino. Un mundo que, por
inmutable, permite olvidarse del ajetreo cotidiano y gozar de no tener nada que
hacer durante los días que pasamos aquí. Aunque la jubilación permite,
teóricamente, vivir relativizando los problemas, siempre están ahí, existen.
Aquí, simplemente, desaparecen. Además, durante varios de estos días hemos
celebrado el cumpleaños de Berta y hemos disfrutado de la compañía de toda la
familia, especialmente de Júlia, la última incorporación al ecosistema
butibambero y cuarta generación que habita Berria. Sorprende que un cuerpo tan
pequeño sea capaz de rejuvenecernos, despertando unos sentimientos, especialmente
de ternura, que el tiempo había adormilado y arrinconado en los pliegues de la
edad.
En la playa sí se producían cambios. El temporal de poniente nos
quitaba arena de la playa delante de casa y el de levante, días más tarde, nos
la devolvía, ayudado por las palas y las excavadoras del ayuntamiento. Y el
mar, además de entretenerse en despistarnos con los temporales, intentaba el
asalto a la fortaleza sobrepasando los rompientes del paseo marítimo y
salpicándolo de espuma, agua y arena. Incluso consiguió romper la barrera de la
senda litoral cerca del chiringuito de Juan.
Ya dentro del mar, este año, las medusas han sido las reinas. Animales
estúpidos que, sin motivo alguno, se empeñaban en picarnos todo el rato. Como
submarinos transparentes y silenciosos navegaban continuamente bajo el agua en
busca de víctimas. Sin haberles hecho nada, se empeñaban en atacarnos cuando,
sin haber notado su presencia, nos acercábamos excesivamente a ellas. ¡Qué
animales tan poco sociables! Nada que ver con la bandada de patos que este año
ha ocupado la desembocadura del arroyo La Cala, convertida en una charca por
los temporales.
Y en la calle me he
reencontrado con los personajes de Verde y negro. El blog y la novela se
conectan y se retroalimentan. Ana y Rafael siguen igual que hace dos años, tan
distantes y aparentes como entonces.
A punto de volver, ya en Septiembre,
una invasión silenciosa invadía cada mañana la senda litoral. Decenas de
jubilados europeos, algunos de ellos con muletas y coches de rueda, la recorría
diariamente de punta a punta. Incluso hemos presenciado a una guía turística
enseñando a un grupo las calles y chalets de la urbanización. ¡Vivir para ver!
Definitivamente, la Buti, a pesar de lo que he dicho al comienzo, siempre
asombra.
Septiembre 2018
